En los últimos tres días mi piel se ha ido haciendo fina. Algunas veces me pasa esto. Antes a menudo. Ahora, en esta frontera, solo de vez en cuando pero diría que con más intensidad, más incluso que en aquella adolescencia borrada.
Lo noto. Voy sintiendo que cada vez estoy más a la intemperie, más fría, más frágil. Más transparente. Se ve nítido cada lunar, cada pequeña mancha, cada venita. Algunas lágrimas caen solas a ratos sin ton ni son y me dejan surcos resecos y arrugados en la piel de las mejillas. Algún pensamiento y alguna emoción oscura, culpable, triste, se deja ver también a través de unos ojos un poco nublados. Sí, también la vista empieza a nublarse. Como si los ojos tuvieran piel, una piel transparente que durante estos días se hace traslúcida. Las gafas me ayudan. Debo comprarme unas nuevas. No las necesito, pero me apetece. ¿Tienen piel los ojos?
Cada minuto que pasa estoy más desprotegida. Una lengua, aun sin estar bien afilada, puede abrirme en canal en cualquier momento. Y todas las lenguas me amenazan. Todo el mundo me parece sospechoso. No me fío de nadie ni de nada. Tampoco de mí misma, así que decido racionalizar las cosas y mantener a los fantasmas a raya (me da un poco de pena porque son buena materia prima). Sé que mantenerles ahí es lo mejor si no quiero dejar abierta la puerta a un tsunami y hoy no me apetece, así que me digo: Es fisiológico, Gabriela. No pasa nada. Todo está bien.
Hoy mi piel ha llegado a su punto más fino y podría atenuar los síntomas con fármacos preventivos del dolor físico que casi seguro vendrá, o con otras sustancias preventivas del desequilibrio emocional que ya está rondando por aquí. A partir de ahora, mi piel puede empezar a abrirse y a hacer herida si no tomo medidas. Por suerte, ya se cuales son las mejores. Muchos años y muchas lunas nuevas lo han ido enseñando poco a poco. Ojalá no hubiera tardado tanto en aprenderlo.
Lo mejor es refugiarse y estar muy quieta y muy callada, y lo de “muy callada” es de vital importancia. Meterse bajo una buena manta de lana, ahora que aún hace un poco de frio por aquí, y esperar a que salga el sol de nuevo, que saldrá. Esa es la única certeza. Qué calma, qué paz, qué suerte poder hoy vivir este momento así. Mañana … Dios dirá. Empezar. Siempre empezar de nuevo. Estaría bien acabar algo y no solo empezar, pero eso lo dejaré para otro momento. Un nuevo final está cerca y ahí sí, ahí estará el gran nuevo comienzo, me digo convencida. Ahora, descansa sin culpa.
(No olvides pedir al amanecer y agradecer al anochecer - me dijo Aurora el día en el que me dejó sus botas para seguir viviendo cuando, no es que me quisiera morir, simplemente no quería vivir - No lo olvides. Y mientras, quédate ahí, en tu refugio.
Solo hay otra cosa que puede dar grosor hoy a tu piel, querida. Y se llama otra piel. Métete debajo de la manta y espera. Todo está bien. Acaríciate. Mímate. Abrázate. mañana sale el sol. El la curtirá de nuevo.)
Me acaba de llamar María, la librera. Ya me ha llegado “La dulce existencia”. me ha puesto contenta, no puedo esperar. Ayer hinché las ruedas de la bici (en primavera me entran ganas de bici). Bajaré a la librería y luego si, me meteré debajo de la manta bien acompañada. Milena siempre es buena compañía. Iré a ver la película a Bilbao. Sola. Me apetece ir sola. Antes me tomaré un vino y sé a ciencia cierta que saldrán algunas buenas notas de ese rato. De esa cita conmigo.
Se acaba de ir la luz. He mirado el teléfono un momento para ver si había algún comunicado del Ayuntamiento del pueblo en que anunciaran cortes, y he visto que en uno de los grupos de WhatsApp están hablando de ello (odio los grupos de WhatsApp. Nunca estoy al día en ninguno y me crea cierta ansiedad). Apagón en toda España … Me queda un poco de batería. Creo que la justa para publicar esto (pues no, no me dio tiempo). Estoy bien de nuevo. ¿Mañana saldrá el sol? Sin duda, sí.
La piel fina te hace escribir muy bien. Muy buen consejo el de Aurora, lo difícil es cumplirlo cada día.
Un abrazo